"Goethe is niet in een Duitschen eenheidsstaat te denken" — Johan Huizinga
AM | @agumack
La Sra. CFK está "enojada" con Occidente (ver las muy buenas notas de Joaquín Morales Solá). En lo personal, tiene todo el derecho a estarlo. Pero sus caprichos están arrastrando a 40 millones de personas en una dirección que no hará sino agravar los principales problemas del país — inseguridad, pobreza, desigualdad. Por eso abundan las preguntas. ¿Qué entiende CFK por "Occidente"? ¿Una zona geográfica o una forma de vida? ¿Qué libros lee? Evidentemente, algo muy fuerte tiene que estar pasando por la mente de una persona con apellidos tan occidentales como Fernández, Wilhelm y Kirchner, cuya fulminante carrera se basa en el "boom" de materias primas producido por la inédita... occidentalización de China.
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Estas líneas ofrecen un mini-repaso de mi búsqueda personal sobre la idea de Occidente. Cuando comenzó esta búsqueda —hará unos 20 años— deseaba fervientemente encontrar una explicación heroica de mi querida civilización occidental. Al final, todo resultó menos heroico de lo que pensaba. Pero esta sorpresa logró reforzar mi apego por la gran idea que define a Occidente: la seguridad sobre la vida, el honor y las posesiones que resulta de un poder político fuerte, pero sujeto a contrapesos institucionales.
¡Eso es Occidente!
De Platón a la OTAN
Mi búsqueda comenzó con la lectura de grandes clásicos: Tucídides, Polibio, Tito-Livio, Tácito, Magna Carta, Maquiavelo, Montesquieu, Gibbon, Smith, Darwin, Borges, la Biblia (¡de A a Z!). Aprendí varios idiomas europeos: francés, inglés, portugués, alemán, holandés. Fracasé estrepitosamente en latín y en griego clásico, pero espero la revancha. (Aún hoy, daría prioridad al latín o al sueco sobre el mandarín). Luego vino el turno de libros sobre Occidente: Churchill, McNeill, Roberts, Landes, Gress (From Plato to NATO), Barnett, Fukuyama. Viajé: visité la muralla del emperador Adriano en el norte de Inglaterra y la casa de FDR en Hyde Park, New York.
Fui a iglesias: católica, calvinista, luterana, anglicana, evangélica. (Me falta una sinagoga). Comí: harenque, fondue, ossi di morto [ver], choucroute. Vi arte: escuela de Siena [ver], Art Nouveau en Bruselas, los retratos del duque de Marlborough en la National Portrait Gallery. Visité centros financieros: Chicago Mercantile Exchange, Reserve Bank of New Zealand, LIFFE. Por último, disfruté durante años de la magnífica sensación de seguridad y libertad —son sinónimos— en las ciudades holandesas de Leiden y Ámsterdam, la cuna de la moderna tolerancia religiosa.
¿Qué concluyo de todo esto? Dos ideas sencillas. La más importante es que Occidente es una idea y no una posición geográfica. Y es una idea muy poderosa: vivir en seguridad y libertad requiere el ejercicio (necesario) del poder político — pero siempre en un marco de independencia judicial, libertad de prensa y tolerancia religiosa. Nos guste o no, esta visión se originó en Occidente. El segundo punto es menos seductor: la idea de Occidente nació... por casualidad. La indomable geografía de Europa hizo imposible el sueño de una monarquía universal. Los Pirineos, el delta del Rin, las lagunas del Veneto, las montañas suizas, las islas británicas: nadie pudo conquisarlo todo.
Lo intentaron los romanos, Carlomagno, Carlos V, Luis XIV, Napoleón y Hitler. Desde este punto de vista, el contraste con el desierto árabe y las estepas asiáticas es bastante claro. Allí sí hubo conquista y por lo tanto una tendencia más "natural" hacia el autoritarismo. La divergencia entre culturas políticas nace, en gran medida, de estas diferencias geográficas. Por lo demás, somos todos exactamente iguales. ¡Pero es un punto fundamental! Como bien decía el historiador holandés Johan Huizinga al describir la creatividad que surge del orden descentralizado:
Goethe es impensable en un Estado unitario alemán.
La Sra. CFK, mientras tanto, está "enojada" con Occidente. Sabemos perfectamente porqué. El problema es que su ambición de riqueza y poder está llevando a la Argentina a un colapso de in-seguridad y desigualdad solo frenado —por el momento— por la fenomenal occidentalización de China y su impacto en el precio de las materias primas.
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