Saturday, July 23, 2016

TOCQUEVILLE

AM | @agumack

- Brigitte Krulic. Tocqueville. Paris: Gallimard, 2016, 318 páginas.

Bajo el formato 'Folio biographies' —textos relativamente cortos, con pocas notas y referencias—, Brigitte Krulic ofrece una excelente biografía de Alexis de Tocqueville (1805-1859), el aristócrata-intelectual francés universalmente conocido por su impactante Democracia en América (1835). En momentos en que el populismo amenaza a las instituciones republicanas en todo el mundo, la obra de Tocqueville resulta particularmente relevante. Tocqueville es el continuador de una línea de pensamiento liberal que va de Montesquieu a Constant, pasando por Diderot [ver] y De Lolme [ver]. (Es también la tradición comenzada en la Argentina por Mariano Moreno). El punto de partido es bien conocido: solo puede haber libertad —entendida como seguridad sobre la vida y las posesiones— bajo un régimen basado en el principio electivo, pero sujeto a robustos contrapesos institucionales. Dado su formato, el Tocqueville de Brigitte Krulic no es una biografía intelectual al estilo de Lucien Jaume; sin embargo, contiene suficiente material para una serie de reflexiones sobre democracia, contrapesos institucionales y ... peronismo.

Democracia: virtudes y defectos
Tocqueville entiende la democracia como la "igualdad civil y jurídica", algo para él mucho más importante que el hecho de votar. Más que una forma de gobierno, la democracia es una cultura política. Sus fundamentos son el individualismo y la igualdad. Tocqueville insiste sobre el aspecto cultural de la democracia, una opinión total que abarca todas las relaciones sociales, toda la legislación. El espíritu democráctico es una aplanadora. No existe alternativa. Nada podrá detenerlo—ni en Estados Unidos, ni en Francia, ni en el resto de Europa. El desafío para el estadista consiste en que las élites acepten el hecho democrático y se adapten a sus exigencias culturales; de lo contrario, no será posible evitar que la democracia destruya las "instituciones respetuosas de la libertad". Krulic muestra cómo el aristócrata Tocqueville acepta las reglas del juego y se resigna a "giras gastronómico-electorales" para conquistar votos en sus campañas para elecciones legislativas. ¡Hay que seducir al demos!

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La democracia tiene grandes virtudes y grandes defectos. Su principal virtud es ... la belleza. Dios no puede aceptar que la gloria de una minoría aristocrática sea más importante que el bienestar de todos: "... ce qui semble une décadence est donc à ses yeux un progrès; ce qui me blesse lui agrée. L'égalité est mois élevée peut-être; mais elle est plus juste, et sa justice fait sa grandeur et sa beauté" [1]. Pero los problemas no tardan en llegar. Las relaciones sociales en la era pre-democrática, si bien se basaban en jerarquías artificiales (y altamente paternalistas), ofrecían vínculos de protección o "solidaridades tradicionales" relativamente eficaces: padre/hijos; marido/mujer; hijo mayor/hijos menores, etc. El individualismo las ha destruido—sin ofrecer nada a cambio. Dado su aislamiento, el individuo en sociedades democráticas a menudo siente una atracción fatal por el peor de los despotismos: el que utiliza la máscara de la soberanía del pueblo para transformar al Estado en una máquinaria opresora. Brigitte Krulic cita De la démocratie en Amérique y concluye:

On touche là un point fondamental de la pensée de Tocqueville: la démocratie non tempérée peut facilement conduire à une forme inédite et redoutable de despotisme lorsque les individus isolés font face à un État tout-puissant qui, sous couvert de les protéger, les asservit. [...] Ce despotisme inédit est d'autant plus pernicieux qu'il se masque derrière la souveraineté du peuple. [...] Il importe de prendre conscience de la dérive possible de la démocratie et de les prévenir en instaurant les indispensables contrepoids.

Es difícil leer estos pasajes sin pensar en el auge del populismo en Occidente. Las grandes crisis financieras —Argentina 2001, Lehman Brothers 2008, Eurozona 2010 y otras— dejan a millones de personas en una situación de aislamiento y des-protección: caldo de cultivo del populismo (1, 2). La globalización agrava el problema notado por Tocqueville; quien no se integre eficazmente a las redes globales de información tendrá enormes desventajas. En una reciente reseña de tres libros dedicados al problema de la pobreza de los blancos en los Estados Unidos, Edward Luce recuerda la vigencia de términos como "white trash", "white rage", "white niggers"—la fuente de muchos partidarios de Donald Trump [2]. La gente común, agrega Tocqueville, no entiende el significado de la legalidad constitucional; desprecia las formalidades típicas de una república [ver]. Pero también vemos la salida propuesta por Tocqueville: los "indispensables contrapesos", ya sean institucionales —libertad de prensa e independencia judicial [ver]—, o simplemente asociaciones cívicas, grupos religiosos, etc. Tengo la sensación que Krulic podría haber desarrollado estos puntos con más precisión, en particular en lo referido a la organización del sistema judicial.

Luis Napoleón Bonaparte, o el peronismo
Para 'domesticar' la democracia se necesita un conjunto de órganos independientes del poder ejecutivo que permitan, mediante el juego de los contrapesos, lograr un equilibrio político: una prensa libre, un poder judicial con prestigio, asociaciones cívicas y religiosas. Éstas últimas generan cohesión social en medio de una población "fragilizada por la agitación y el egoísmo propio de la democracia". En ausencia de estos contrapesos, la democracia degenera en despotismo. Tocqueville ve más razones para ser optimista en Inglaterra —a pesar de sus problemas sociales— que en Francia; las élites británicas se adaptan mejor a la cultura democrática, y el país cuenta con una larga tradición de prensa libre y justicia independiente. El error de los republicanos franceses consiste en no prestar la atención debida a los problemas institucionales (¿Hola, Mauricio Macri?). Tocqueville acierta al pronosticar la Revolución democrática de 1848 y su desenlace despótico bajo Napoleón III.

Los republicanos de 1848 cometen el mismo error que los de 1789: crean un poder legislativo uni-cameral, y un poder ejecutivo diluido, incapaz de actuar con autoridad; la independencia judicial brilla por su ausencia. Las páginas de Tocqueville dedicadas al segundo emperador francés parecen escritas para entender ... el peronismo. Luis Napoleón Bonaparte desdeña la libertad; promete de todo a todo el mundo. Como la coyuntura externa favorable se traduce en crecimiento económico, pocos se preocupan por la salud de las instituciones. Reinan la mediocridad y la corrupción en gran escala (¿kirchnerismo, anyone?). En lugar de ministros hay cómplices. Los "locos", los "violentos" y los "tarados" son los grandes protagonistas, y dan rienda suelta al "furor de las pasiones demagógicas". Uno piensa en d'Elía, Bonafini, y tantos otros. Bajo Napoleón III, autor de uno de los "mayores crímenes de la historia" (el auto-golpe del 2 de diciembre de 1851), llega la Constitución más despótica de la historia de Francia.

Los 'tribunales' deportan a opositores sin juicios; desaparece la libertad de prensa. La centralización a ultranza es el rasgo característico del régimen. La democracia queda reducida a una pasión desbordante por la igualdad, sin contrapesos ni regulación. La soberanía del pueblo es "pura fachada"; el pensamiento libre queda anestesiado. El medio hermano de Napoleón III acumula enormes riquezas con audaces "golpes bursátiles". Para compensar a los expropiados por las reformas de Haussmann en París, el gobierno se hace cargo de sus deudas: "mezcla formidable de socialismo y absolutismo". Hábilmente, el emperador saca provecho del ciclo económico favorable; ni la Iglesia escapa a la corrupción reinante. Decepcionado, Tocqueville nota en muchos católicos un gusto pronunciado por "la tiranía, la censura, la servidumbre". Pero sabe que, tarde o temprano, el régimen caerá. Brigitte Krulic cierra Tocqueville con un análisis de su segundo libro, L'Ancien régime et la Révolution.

Tocqueville estudia las dificultades crónicas de Francia para lograr un régimen político balanceado. Incapaz de conseguirlo, el país no logra estabilizarse frente a la irresistible democratización. Pero la inestabilidad agota a los ciudadanos. Incapacitados para entender que un poder ejecutivo fuerte y concentrado puede convivir con una justicia independiente y una prensa libre, los electores —hartos de "los políticos"— terminan por elegir un déspota. El deseo de orden supera el deseo de libertad. Napoleón Bonaparte lo entendió perfectamente en 1799 [ver]; su sobrino en 1852; Perón en 1945 y 1973; Kirchner en 2002. Por eso cada vez que un poder ejecutivo débil enfrenta una crisis económica, el electorado pone su esperanza en un descendiente del déspota. La lección, para los partidarios de la república en la Argentina, debería ser clara: en lugar de quejarse por la supuesta irracionalidad del peronismo, deberían concentrarse en lograr de manera definitiva un régimen político basado en la independencia judicial, la libertad de prensa, y la fortaleza del poder ejecutivo. 

[1] En su segundo libro, L'Ancien Régime et la Révolution (1855), Tocqueville sorprende a muchos al situar en los 'padres fundadores' estadounidenses —y no en la Revolución francesa— el origen de la democracia moderna. (Recordemos, de paso, la genialidad de Mariano Moreno: 1, 2, 3).

[2] Edward Luce: "One nation divided", Financial Times, 16/17 de julio de 2016. Ver también Roberto Stefan Foa & Yascha Mounk: "The Danger of Deconsolidation: the Democratic Disconnect", Journal of Democracy, Julio 2016 (lo vi en Daniel Drezner: "The year of democratic decay", Washington Post, 20 de julio de 2016).
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