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Monday, September 1, 2014

CORRESPONDENCIA LITERARIA, No. 21

Libros vistos — Amsterdam, Barcelona, Leiden, París

AM | @agumack

- Yuval Noah Harari. Sapiens: A Brief History of Humankind. Londres: Harvill Seker, 2014 [web][curso] [John Gray: "Irresponsible gods", Financial Times, 30-31 de agosto 2014].

El Financial Times del fin de semana dedica su principal reseña a este best-seller recientemente traducido del hebreo. El Prof. Harari estudia la historia del homo sapiens desde sus inicios como 'insignificante animal africano' entre muchos otros, hasta convertirse en especie dominante que esclaviza a otras "in a process that has involved horrendous cruelty to factory-farmed animals". La llegada de la agricultura no fue una elección sino una trampa que, al dar enormes ventajas numéricas a estas sociedades, terminó por marginalizar a los cazadores—sin pour autant generar aumentos significativos en términos de bienestar. El autor cuestiona el tecno-futurismo à la Google: el mayor stock de conocimientos no se ha traducido un cambio correspondiente en el pensamiento humano. Por eso anticipa un futuro siniestro y caótico: "... a side effect of intractable conflicts, under the aegis of rival governments, competing transnational corporations, organised crime and myriad terrorist networks". Puede ser, pero no confío 100% en estos genios que despotrican contra el mundo moderno desde sus torres de marfil.
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- John Mearsheimer. The Tragedy of Great Power Politics. Nueva York: W. W. Norton, 2014 [web] [notas] [VIDEO: Why China Cannot Rise Peacefully].

La edición de 2014 de este clásico de la escuela 'realista' de las relaciones internacionales contiene un capítulo sobre el auge de China. Del editor: "Can China rise peacefully? In clear, eloquent prose, John Mearsheimer explains why the answer is no: a rising China will seek to dominate Asia, while the United States, determined to remain the world's sole regional hegemon, will go to great lengths to prevent that from happening. The tragedy of great power politics is inescapable." Los eventos recientes —en particular las crisis de Crimea y Ucrania— han dado un renovado prestigio a los realistas. Pero queda vigente, creo yo, la gran paradoja del realismo: los liderazgos que buscan reestablecer el equilibrio internacional —Metternich, De Gaulle, Chávez, Putin, China— ignoran el equilibrio ... en casa. A la larga, esto los debilita económicamente, y entonces el proceso vuelve a definirse a favor del liberalismo. Creo que Denis Diderot entendió bien este punto hacia 1780: 1, 2.
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- Ian Morris. War: What is it Good for? The Role of Conflict in Civilisations, from Primates to Robots. Nueva York: Farrar, Straus & Giroux, 2014. [VIDEO] [Felipe Fernández-Armesto: "Book Review: 'War! What is it Good for?' by Ian Morris", Wall Street Journal, 11 de abril de 2014] [reseña de The Guardian]

Ya que estoy con temas de Big History, no me voy sin señalar el nuevo libro de Ian Morris sobre los beneficios de ... la guerra. La guerra es algo bueno, afirma Morris, porque da lugar a importantes innovaciones, entre otras en el arte de gobernar. "Paradoxically wars therefore reduce violence overall ... Only through warfare has humanity been able to come together in larger societies and thus to enjoy security and riches. It is largely thanks to the wars of the past that our modern lives are 20 times safer than those of our stone age ancestors". Interesante. Me recuerda la idea Joseph Ellis: George Washington y John Marshall entendieron como pocos la ciencia del gobierno porque eran ... militares. (De todas maneras, conviene leer la reseña de The Guardian para mantener los pies sobre la tierra).
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Saturday, September 25, 2010

¿DONDE ESTÁN LOS LÍDERES?

. Michel Winock. Madame de Staël (Paris: Fayard, 2010) [Winock en YouTube] [Mona Ozouf] [El buen gusto & la política]

. Rémy Hebding. Benjamin Constant. Le libéralisme tourmenté (Paris: Max Chaleil, 2009)

Por Agustín Mackinlay (*)

En medio de los eventos políticos que sacuden a la Argentina y al el mundo, leer y escribir sobre Mme de Staël y Benjamin Constant puede parecer una empresa superflua y de escaso valor agregado. Afortunadamente, no es así: el placer y la utilidad, una vez más, van de la mano. A Germaine de Staël y a su amante les toca enfrentar situaciones y dilemas muy parecidos a los nuestros: ¿Cómo explicar la necesidad del equilibrio de poderes cuando la cultura política dominante se ha vuelto radicalmente igualitaria? ¿Cómo encontrar líderes dotados de voluntad de poder y —al mismo tiempo— de capacidad de auto-contención? ¿Cómo convencer a un déspota sobre la conveniencia —¡para él mismo!— de respetar las instituciones, la independencia judicial y la libertad de prensa?
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Por otra parte, la vida de estos contemporáneos de Mariano Moreno aporta elementos importantes para entender la (escasa) influencia de Jean-Jacques Rousseau sobre las ideas políticas del Secretario de la Junta. La ventaja de una doble reseña es que los libros pueden resultar complementarios: esto es exactamente lo que sucede aquí. Madame de Staël es enorme (575 páginas), y enfatiza la biografía; Le libéralisme tourmenté es corto (126 páginas) y se concentra en las ideas. Con el libro de Michel Winock, mi idea era dejarme llevar —de manera completamente pasiva— en múlitples direcciones; en cambio, leí a Rémy Hebding con el explícito propósito de estudiar el Espíritu de las formas.

La vida loca
Germaine de Staël (1766-1817), hija única del banquero y político Jacques Necker y de su mujer Suzanne, entra en contacto desde niña con el agitado mundo de las letras parisinas. En el salon literario de Suzanne habrá visto brillar a personajes como Diderot, Raynal, d'Alembert, d'Holbach, Condorcet y Volney — y muy probablemente a Adams y Jefferson. Con la radicalización de la Revolución francesa en 1792, la familia emigra a Coppet, cerca del lago Léman. A lo largo de los siguientes 25 años, Germaine recorre decenas de veces la distancia París-Coppet. Tanto en la capital francesa como en su pequeño castillo suizo, actúa de soberana de las letras francesas. Lee, aprende idiomas, escribe, actúa. En su larga lista de amantes se destaca el gran intelectual franco-suizo Benjamin Constant (1767-1830), una de las figuras-clave del liberalismo y de los frenos y contrapesos institucionales. Con soltura, Michel Winock describe la vida loca de Germaine: amores, entusiasmos, pasiones, viajes, amantes, hijos (5), teatro y ... ¡libros!

Germaine de Staël entra en contacto con las principales figuras de las letras y de la política de Europa: Chateaubriand, Goethe, Schiller, Schelling, Wilhelm von Humboldt, los hermanos Schlegel (uno de los cuales la sigue a todas partes), Sismondi, La Fayette, Napoleón y Joseph Bonaparte, Genz, Metternich, Guizot, von Clausewitz, Lord Byron, Wellington, Talleyrand — además del rey de Suecia y del Emperador de Rusia Alejandro I. Frente a todos y cada de uno de estos personajes, Germaine defiende con valor su credo político: representación, bicameralismo, estricta libertad de prensa, estricta libertad religiosa, independencia judicial: "... un país será glorioso si aprende a conocer la libertad, es decir la garantía política de la justicia"; "Es sobre todo en el orden judicial que importa mantener la mayor independencia de las facciones y del poder supremo". El despotismo, asegura Mme de Staël, esteriliza el conocimiento.

Lógicamente, Napoléon Bonaparte le teme a Germaine de Staël. El Emperador da órdenes explícitos de mantenerla alejada de París. En 1812, al comenzar la campaña de Rusia, Germaine y su séquito de admiradores y amantes se adelantan a Napoléon. Recorren Rusia y Suecia en busca del asilo político inglés. Los años 1812-1815 están marcados por el problema del liderazgo político. Germaine siente en carne propia la tremenda paradoja de los defensores del constitucionalismo: la falta de líderes con el indispensable apetito de poder — pero al mismo tiempo compromeditos con la representación, la independencia judicial y la libertad de prensa. ¡Muy difícil! Germaine estudia el carácter de Bernadotte de Suecia y de Alejandro I de Rusia: al primero le falta vocación de poder, al segundo le sobran los instintos despóticos. ¿Dónde estarán los líderes constitucionales, justo cuando más se los necesita?

No es un problema menor: lo vemos todos los días en Venezuela y en la Argentina. En Venezuela la oposición ha conseguido unirse, pero aún carece de líderes visibles. En la Argentina, se mantiene la expectativa por Carlos Reutemann, un político que inspira confianza — pero que no parece proyectar vocación de poder. Algo parecido sucede en Francia, donde el electorado valora enormemente la figura de François Bayrou (autor de Abus de pouvoir), pero termina votando por Nicolas Sarkozy, percibido como más enérgico con el poder. Pero volvamos à nos moutons: mientras Germaine de Staël busca el liderago fundacional fuera de Francia, Benjamin Constant emprende la imposible tarea de convencer a Napoléon Bonaparte —durante los Cent-Jours— de inaugurar en Francia una monarquía constitucional a la inglesa.

El Espíritu de la formas
Ya tuve ocasiones de referirme en este blog al Espíritu de las formas (1, 2, 3, 4). La idea me vino al hojear, en la librería FNAC des Ternes en París, el volumen de Rémy Hebding sobre las ideas políticas y religiosas de Constant (el capítulo 6 lleva por título L'esprit des formes). Es el típico libro que uno compra por una sola idea. Déjeme agregar lo siguiente. Cuando los defensores del populismo à la Chávez o à la Kirchner intentan convencernos sobre la necesidad de politizarlo todo —justicia, banca, prensa— acuda a Montesquieu y dígales: "Está bien, señores, politícenlo todo; pero después no se sorprendan por la falta de crédito, por la desigualdad, por la inseguridad, por la pobreza". Y si descalifican los frenos y contrapesos como simples formalismos, acuda a Benjamin Constant y al Espíritu de las formas.

Un hecho notable, para el estudioso de las ideas políticas de Mariano Moreno, es la fenomenal coincidiencia de puntos de vista con Constant. Ambos califican las formas judiciales como una cuestión que merece la mayor "escrupulosidad"; ambos admiran el talento de Napoléon, y ambos deploran su nula capacidad de auto-contención. Defensores declarados de los frenos y contrapesos institucionales, Constant y Moreno saben que no pueden darse el lujo de descalificar abiertamente a Jean-Jacques Rousseau. (Cuando John Adams y Gaspar de Jovellanos lo hicieron, sus carreras políticas terminaron bruscamente). El franco-suizo y el porteño saben que la cultura política ha cambiado, y que el ideal del gobierno mixto entre diferentes 'estamentos sociales' es simplemente inaceptable en este comienzo del siglo XIX. ¡Otro desafío intelectual!

(*) Drs. en Humanidades, Universidad de Amsterdam. Profesor Asociado de International Political Economy, Universidad de Leiden.

Saturday, August 14, 2010

“LA SEGURIDAD, AMIGOS, LA SEGURIDAD”: LA VIGENCIA DE MONTESQUIEU [VERSIÓN ABREVIADA]

. Céline Spector. Montesquieu. Liberté, droit et histoire (París: Michalon, 2010) [ver]

. Rebecca E. Kingston (ed.) Montesquieu and his Legacy (Nueva York: State University of New York Press, 2009)

Por Agustín Mackinlay (*)

El barón de Montesquieu (1689-1755) sigue fascinando a los investigadores. Año tras año, decenas de artículos, ensayos y libros son publicados sobre el filósofo de La Brède; académicos franceses, estadounidenses, canadienses e italianos organizan coloquios y seminarios sobre el Espíritu de las leyes. Un diccionario por internet cuenta ya con decenas de artículos de los principales especialistas. La cantidad de títulos publicados es un claro indicio de la vigencia de Montesquieu. Hojeando las bibliografías de estos dos volúmenes, sobresale el dominio del francés y del inglés. Las referencias en castellano brillan por su ausencia. Inevitablemente, uno recuerda la penosa remarque de Salvador de Madariaga: en el mundo hispánico, pocos conocen al autor más relevante (Montesquieu), y todos conocen al menos relevante (Rousseau) [1].

Estos libros difieren profundamente en su alcance. Mientras Céline Spector propone una ‘guía de lectura’ del Espíritu de las leyes, Rebecca Kingston edita quince ensayos sobre temas conexos: la idea de checks and balances o frenos y contrapesos, los puntos de contacto entre Montesquieu y la Ilustración escocesa, los problemas actuales sobre la tolerancia religiosa, la convivencia cristianismo-islam, etc. En este sentido, se trata de textos complementarios.

Gobierno moderado & seguridad

Cuando pensamos en Montesquieu, la imagen que habitualmente viene a nuestra mente es el célebre capítulo 6 del Libro XI del Espíritu de las leyes dedicado a la división de poderes en Inglaterra. Al margen de los problemas de interpretación de este capítulo –Simone Goyard-Fabre aconseja hablar de división del poder en lugar de ‘separación de poderes’– se trata de una imagen errónea. Céline Spector tiene el mérito de poner los puntos sobre las íes. El principal planteo del Espíritu de las leyes no es la división de poderes en Inglaterra: es la problemática de la seguridad en general [2]. Montesquieu define la libertad política como la sensación de seguridad sobre nuestra vida, nuestro honor y nuestras pertenencias.

La libertad consiste en “la seguridad, o en la opinión que cada cual tiene de su seguridad”. Con excelente criterio, Spector enfatiza el aspecto subjetivo de esta percepción: “opinión”, “idea”, “sentimiento”. Desde este punto de vista, los gobernantes que ningunean la sensación de inseguridad cometen un serio error. Es precisamente la sensación de seguridad la que determina nuestra disposición a pagar impuestos (volumen de recursos fiscales), a ofrecer recursos prestables en el mercado de crédito (tasa de interés), y a ... crear. Lo vemos todos los días: los países donde predomina la inseguridad suelen caracterizarse por crisis fiscales, ausencia de crédito y emigración de individuos de talento. ¿Pero cuál es la causa profunda de la inseguridad? Aquí Céline Spector da nuevamente en la tecla. A contramano de una idea paradigmática de nuestra cultura política, Montesquieu plantea la no-acumulación de los poderes del gobierno como condición de la seguridad y de la libertad de un país. Cuanto más se concentra el poder político, mayor es la inseguridad.

El equilibrio de poderes es condición sine qua non de la seguridad. Aunque Spector no entra en detalles en esta guía de lectura, los lectores de este blog conocen lo que llamamos la ‘hipótesis Montesquieu-Galiani-Smith’ [ver]: la excesiva concentración del poder desestabiliza la propiedad y genera inseguridad sobre el cumplimiento de los contratos; la resultante falta de capital deprime la actividad económica, causando desigualdad e ... inseguridad. En otras palabras: la inseguridad jurídica y la inseguridad física son dos caras de una misma moneda; una lleva a la otra, y ambas se retro-alimentan. Mientras Caracas se convierte en una de las capitales mundiales del crimen, las calles de Helsinki permanecen seguras. ¿Dónde hay más división del poder? ¿Dónde se cumplen más los contratos?¿Dónde hay más recursos fiscales, más crédito, más innovación, menos desigualdad?

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Tanto Céline Spector como Brian Singer –en un ensayo dedicado a “Montesquieu on power” en el volumen de Rebecca Kingston– insisten sobre la fragilidad del gobierno basado en la concentración del poder político. Montesquieu llama despotismo a este régimen. Inevitablemente, el despotismo termina por auto-destruirse. Carece de principio moderador. Su única ley es el perpetuo aumento del poder. Su única guía es el capricho del gobernante de turno. Su fundamento es el miedo. El despotismo elimina la deliberación, el cálculo económico, la sociabilidad. La obediencia extrema es la ignorancia extrema: no hay pensamiento autónomo ni innovación posible en ausencia de equilibrio de poderes. Según Singer, el déspota de Montesquieu tiende a la impotencia: como todos sus deseos son satisfechos, carece de voluntad creadora.

Sea cual fuera la causa última de la fragilidad del régimen –ausencia de crédito, insuficiencia de recursos fiscales o falta de voluntad– la reciente catástrofe natural en Rusia pone en evidencia la debilidad del régimen de Vladimir Putin. Mientras Moscú se transforma en un hervidero, el alcalde se va de vacaciones, el primer ministro habla de arqueología y el presidente viaja a Abkhazia. La corrupción paraliza a las autoridades locales, que la destrucción del federalismo ha dejado sin recursos. Escribiendo desde Moscú para el diario Libération, Fabrice Rousselot se refiere a la "impotencia del premier". Significativamente, el Financial Times plantea la necesidad de ‘mejorar la gobernanza’ en Rusia –léase: des-concentrar el poder– para proteger al pueblo.

La independencia judicial: el criterio clave

La clave para entender a Montesquieu, señala Céline Spector, está en recordar que “lo importante, más allá de la virtud de los hombres, es la estructura institucional que establece la distribución y la organización de los poderes” (p. 112). La libertad y la seguridad dependen de diques para contener la tendencia natural al poder despótico; el equilibrio de poderes es el mecanismo que canaliza las inevitables pasiones de los ciudadanos (el lector notará la terminología inspirada de los Países Bajos, que Montesquieu conocía bien). ¿Pero cuáles son las instituciones del gobierno moderado? ¿Cómo se establece la libertad y la seguridad? Montesquieu plantea la independencia judicial como el criterio-clave del gobierno moderado – y de la seguridad.

Cada país la organiza a su manera: Inglaterra con el juicio por jurados, Francia con el ‘tenure’ asegurado de sus jueces (“el principal monumento de nuestra libertad”, dice Montesquieu) [ver]. Es decir: los métodos pueden variar – pero lo que cuenta al final del día es la separación del poder judicial y su eficaz organización. Será la ‘obra maestra’ (chef d’oeuvre) de un pueblo libre:

La identificación entre libertad y sentimiento de seguridad permite sostener que la independencia del poder judicial es uno de los instrumentos esenciales de la disolución de la unidad del poder – que debe impedir que el poder sea ejercido de manera absoluta (pp. 183-184).

Al leer estas líneas uno capta mejor la distancia que aún separa nuestra cultura política del ideal del gobierno moderado. Desde este punto de vista, las reflexiones de Brian Singer sobre el dilema del buen poder - mal poder lucen particularmente apropiadas. La seducción del ‘buen poder’ es un rasgo característico de nuestra cultura política. Crisis tras crisis, desastre tras desastre, seguimos insistiendo en la milagrosa posibilidad del buen caudillo, el que (¡finalmente!) proveerá seguridad y bienestar para todos. Por eso damos todo el poder al Sr. Menem, todo el poder al Sr. Cavallo, todo el poder al Sr. Kirchner. Et ainsi de suite. No conseguimos quebrar el ciclo de ‘super-poderes’ – una verdadera anaciclosis que va en detrimento de la economía, de la solidaridad, del sentimiento de comunidad y de nuestra capacidad de innovación.

Lo interesante es que Montesquieu niega el dilema. Inspirador de la famosa frase de Lord Acton sobre poder y corrupción, el filósofo francés no se hace ilusiones sobre la tendencia de todo poder a convertirse en despótico. En ausencia de frenos y contrapesos, no hay buen poder. Como bien dice el Sr. Singer: “The problem is how to limit power, whatever its coloration”. No se trata de ser de izquierda, de derecha, neo-liberal o progresista – se trata de limitar el poder. Éste es el verdadero desafío. “Que el pueblo tenga el poder” –escribe Spector– “no significa que tenga libertad”. Ni seguridad.

Conclusión: “Todo está ligado”

“Todo está extremadamete ligado”, dice el autor del Espíritu de las leyes. En un mundo de politólogos sin economía y de economistas sin política, la economía política (inventada por Montesquieu) resulta indispensable. “La economía es política desde el comienzo hasta el final”, escribe Céline Spector. Profundamente impresionado por la catástrofe económica de Luis XIV, el filósofo de la Brède contempla el atraso institucional de su querida Francia. Tiene la mente puesta en los ‘modernos’: Inglaterra y los Países Bajos. Precisamente allí radica la relevancia del Espíritu de las leyes: cincuenta años antes, el milagro de Inglaterra no hubiera sido tan claro; cincuenta años después, Inglaterra era el modelo a imitar.

Tenemos la tremenda suerte de que Montesquieu escribiera entre esos dos mundos. Mientras los economistas nos formamos con textos que dan por supuesto el régimen moderado –independencia judicial, propiedad estable, moneda sana– estamos empezando a entender que las cosas son muy diferentes en los países ‘emergentes’. ¡Los supuestos no son los mismos! Para entender a la Argentina del siglo XXI, el lema del economista chileno José Piñera –“La libertad, amigos, la libertad”– debería ser levemente modificado: “La seguridad, amigos, la seguridad”.

[1] La situación se agrava si consideramos que el propio Montesquieu despreciaba España y lo hispánico. Según Claire Marchal, era el único gran prejuicio del autor del Espíritu de las leyes.

[2] Céline Spector afirma que el Espíritu de la leyes, a pesar de ser considerado un “clásico”, es un libro aún desconocido.

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(*) Drs. en Humanidades, Universidad de Amsterdam. Profesor Asociado de International Political Economy, Universidad de Leiden.

Monday, August 9, 2010

LIBROS. EL PROBLEMA NAPOLEÓN

. Dominique de Villepin. Le soleil noir de la puissance 1796-1807. Paris: Perrin, 2007 (568 páginas)

Por Agustín Mackinlay (*)

Mi antepasada Fanny Reed escribe en sus memorias que fue recibida en Londres por el primer ministro, el Duque de Wellington. El vencedor de Waterloo la trató, con gran cortesía, de "my dear cousin" [1]. Desde que leí esa frase, la utilizo (en broma) contra mis amigos admiradores de Napoleón. Bromas aparte, el problema del bonapartismo es real. Según La Nación, el ex-primer ministro español Felipe González sostiene que no hay más derecha e izquierda, sino bonapartistas y modernos. ¡Excelente definición! Siempre sostuve que los Sres. Menem y Kirchner tienen mucho en común. Ambos se nutren del sueño de Bonaparte: controlar todo, desde la justicia hasta la prensa, pasando por las provincias y el Congreso. Ambos son admiradores del auto-proclamado emperador francés. Por esta razón, y por muchas otras, saludo con entusiasmo la publicación de este nuevo libro del ex-primer ministro francés Dominque de Villepin. En 2001, el Sr. de Villepin publicó Les Cent-Jours ou l'Esprit de sacrifice, un libro sobre los "Cien días" de Napoleón (desde el regreso de Napoleón de la isla de Elba hasta su derrota a manos del "dear cousin" de mi antepasada). Les Cent-Jours es un libro extraño porque el propio autor declara su ausencia de fe en "la religión de los hechos", y emprende un relato emocional sobre las supuestas proezas de l'Aigle.

Pero las cosas, afortunadamente, han cambiado en los últimos siete años. Como primer ministro de Jacques Chirac, Villepin ha sentido en carne propia lo que llama la "soledad del poder"; su fallida reforma del mercado laboral le costó toda esperanza de enfrentarse al mini-Napoleón Sarkozy para el cargo de Presidente. En Le soleil noir de la puissance 1796-1807, desaparece —como por arte de magia— la emoción del admirador incondicional. Todavía leemos, ici et là, alguna referencia nostálgica a l'Aigle. Pero el tono del nuevo libro es completamente diferente. Villepin es ahora un implacable crítico del Emperador, que juzga responsable de notorios crímenes y de baños de sangre sin precedentes, todos llevados adelante por la inútil borrachera (ivresse) del poder. El nuevo libro es, como lo afirma el propio autor, un exact contrepoint del anterior — impresionante demostración de honestidad intelectual. En esta reseña voy a concentrarme sobre los principales puntos de este excelente volumen, a saber: (1) Cómo la debilidad del poder ejecutivo de la Revolución francesa desemboca en la anarquía, y en la inevitable solución autoritaria; (2) Cómo se va creando (y tolerando) el andamiaje del poder uni-personal; (3) Cómo se debilita el poder político con el gobierno despótico.

La debilidad del poder ejecutivo & la "anaciclosis" francesa
El gran debate constitucional, a partir de 1789, gira en torno a la naturaleza del poder ejecutivo. Más precisamente, una pregunta obsesiona (y divide) a los revolucionarios: ¿Debe Luis XVI tener poder de veto, absoluto o relativo, sobre la legislación? Si la respuesta es afirmativa, se mantiene la firmeza del poder ejecutivo, pero se pierde lo que los revolucionarios estiman la esencia del nuevo "contrato social": la soberanía única e indivisible, ejercida por el pueblo. Al final, Luis XVI obtiene un poder de veto limitado, pero le coeur n'y est pas. La desconfianza reina; el rey trata de escaparse. Cuando es guillotinado, en enero de 1793, la Revolución opta, sencillamente, por destruir el poder ejecutivo. ¿Pero es posible vivir sin poder ejecutivo? La guerra demuestra que no; se suspende la Constitución; el Comité de Salud Pública, liderado por Robespierre y Saint-Just, procede a la concentration du pouvoir [2]. Llega el Terror, pronto seguido del Gran Terror, hasta que el propio Robespierre termina en la guillotina, en una calurosa tarde de Thermidor (julio de 1794). El nuevo diagnóstico de los revolucionarios es correcto, pero solo en parte. A partir de 1795, el Directorio promueve l'équilibre des pouvoirs: el bi-cameralismo es visto como la solución a los inconvenientes del poder legislativo.

Pero el problema del poder ejecutivo persiste: el Directorio es un exécutif collégial (p. 15), formado por ... ¡cinco Directores! Villepin describe de manera magistral la esencia del poder ejecutivo compartido: ¡el caos! Cuando se reúnen los Directores, no pueden llegar a ningún tipo de acuerdo: "Les délibérations, comme le remarque Barras dans ses Mémoires, tournent au combat de gladiateurs dans l'arène" (p. 93). ¡Los miembros del Directorio se pelean entre sí como si fueran gladiadores! Reina un clima de "golpe de Estado permanente sobre fondo de corrupción" (p. 92). El 18 de Fructidor (4 septiembre 1797), miembros del Directorio decretan la anulación de más de 200 elecciones de diputados; muchos de ellos son deportados junto a un miembro del propio ... Directorio. Benjamin Constant nota: "Cette journée illégale eut l'effet que doit avoir toute journée illégale; toute confiance fut détruite entre les gouvernants et les gouvernés'' (pp. 93-94). Como bien observa Villepin, el problema de la construcción del poder ejecutivo refleja dos graves inconvenientes. En primer lugar, se interpone una cuestión doctrinaria imposible de resolver: la aplicación del concepto de soberanía del pueblo, "concept abstrait qui autorise tous les détournements et ne règle en rien les deux enjeux majeurs de l'organisation des pouvoirs et de la représentation'' (p. 15).

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El otro inconveniente es más prosaico, pero no menos grave: ¡faltan hombres! Faltan líderes con vocación de poder, pero confiables: "Le manque d'hommes se greffe sur l'inéficacité des institutions" (p. 50). ¡Claro que sí! Villepin constata con amargura el problema de revolucionarios como Brissot (el líder Girondino), Condorcet, Danton, y el propio Robespierre: "ils n'ont pas l'aura ni les capacités de leurs prédécesseurs" (p. 51). En este sentido, los estadounidenses tuvieron una suerte increíble, con nombre y apellido: George Washington. (Villepin menciona al pasar la ausencia de un Washington français, p. 126). El autor utiliza las frecuentes notas al pie de página para introducir los comentarios de una larga serie de escritores y analistas; contemporáneas o no, sus fuentes tienen todas una característica: ¡son francesas! (Se percibe un marcado desprecio por todo lo no-francés a lo largo del libro, como si Napoleón solo puede ser estudiado por locales). Desde este punto de vista, uno de los libros que más dan ganas de leer es Du pouvoir exécutif (1792), de Jacques Necker, el ex-ministro de Luis XVI (está disponible por internet en el magnífico sitio web de la Bibliothèque Nationale de France). Justamente, Necker plantea el caso Washington: cómo lograr que el ciudadano se acerque a los poderes del Estado — sin descuidar la necesaria firmeza del ejecutivo. Necker, agrega Villepin, no cree en las posibilidades del Directorio, y anuncia los próximos golpes de Estado ...

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En uno de los documentos más notables de la Revolución de Norteamerica (obviamente no citado por Villepin), leemos: "The disorders and miseries ... gradually incline the minds of men to seek security and repose in the absolute power of an Individual" [3]. Y esto es precisamente lo que sucede en Francia hacia 1797. La gente se cansa de tanto desorden y golpes de Estado, de tantos cambios de régimen, moneda, calendario, precios. Hábilmente, Napoleón percibe que el deseo de orden supera ahora largamente el deseo de libertad. Villepin describe los sentimientos del pays réel: "Paralizado por el miedo, lleno de asco, no cree más en la República, detesta a los políticos, esos 'perpetuos' que se niegan a abandonar el poder en nombre de la salvación pública, utilizada como pretexto para justificar todos los crímenes" (p. 39). Los Directores son vistos como "cinco chanchos vendidos". Hay en Francia un défaut absolu d'enthousiasme (p. 49); la gente comienza a odiar a los parlementaires vaniteux (p. 70). En otras palabras: ¡Que se vayan todos!

Bonaparte y el poder ejecutivo
"Moi ou le chaos" — Napoléon.

Napoléon tiene un gran mérito: es uno de los primeros hombres de acción en percibir los graves inconvenientes derivados de la extrema debilidad del poder ejecutivo. Villepin desempolva la correspondencia entre el general de veintiseis años y el Directorio, en mayo de 1796, y encuentra esta joya: "Je crois très impolitique de diviser en deux l'armée d'Italie, il est également contraire aux intérêts de la république d'y mettre deux généraux différents" (p. 31). Es decir: los políticos de París parecen no comprender que las primeras hazañas militares del joven corso, obtenidas en Italia, obedecen (en buena medida) a su manejo discrecional de las fuerzas a su disposición. El resultado de compartir el mando, agrega Bonaparte, será ... perder Italia. Es la primera manifestación de Napoleón en el sentido de la indivisibilidad del poder ejecutivo. Un año y medio más tarde, en una carta al ministro de asuntos extranjeros Talleyrand, el general afirma que "los franceses aún somos muy ignorantes en la ciencia política moral. Aún no hemos definido lo que entendemos por poder ejecutivo, legislativo y judicial" (p. 95). Concluye la carta con un llamado a un exécutif puissant.

Sin embargo, esta misma percepción comporta un grave riesgo: el (necesario) fortalecimiento del poder ejecutivo puede ir ... demasiado lejos. Hacia finales de 1797, Villepin detecta las primeras señales de la exageración que terminará por hundir el sueño napoleónico; Bonaparte expone los rudimentos de su "programa" a diputados que vienen a visitarlo: concentración de la autoridad, marginalización de los parlamentarios, disminución de la libertad de prensa (p. 95). En diciembre de ese mismo año, lanza su primera advertencia a Europa, siempre disfrazada de liberté: "Cuando la felicidad del pueblo francés descanse sobre mejores fundamentos, toda Europa será libre". Pero el momento del nuevo golpe de Estado aún no ha llegado. Napoléon opta por embarcarse en la aventura de Egipto. (El episodio no es relevante desde el punto de vista institucional, pero vale la pena leer el relato de Villepin: el paso de Napoleón por países musulmanes se salda con miles de muertos, una inesperada "jihad" anti-francesa, una derrota naval contra los ingleses, y el cobarde abandono de sus tropas — todo cuidadosamente escondido por la máquina de propaganda que ya tiene montada en Francia).

La descripción del golpe de Estado de Brumario (noviembre de 1799) es sorprendente. Napoléon se comporta con gran torpeza; no habla bien en público; se desmaya y por momentos pone en peligro toda la empresa. La intervención de su hermano lo salva. El Consulado, que reemplaza al Directorio, está conducido inicialmente por un Triunvirato: Napoléon, Sieyès, Ducos. Estos últimos son rápidamente eliminados, y Bonaparte se transforma en Primer Cónsul en diciembre de 1799. De a poco logra su gran primer gran objetivo: la clara unidad y preponderancia del poder ejecutivo. El plebiscito, escandalosamente fraudulento (lo organiza Lucien), lo confirma en el poder. Los eventos de Brumaire llevan a Villepin a formular una tesis que no comparto. Según Villepin, los comienzos ilegítimos del nuevo régimen "condenan" a Napoleón a espectaculares actos futuros en busca de legitimidad: "Souillé à sa naissance, il est alors condamné à éblouir pour survivre" (p. 139). El autor se inspira en Benjamin Constant: "A partir de ahora, la ilegitimidad lo persiguirá como un fantasma" (p. 147). Creo que Villepin se hace ilusiones sobre los comienzos de los regímenes políticos. La propia Convención Federal de Filadelfia fue claramente ilegal y subversiva. Por algo Burke decía: "There is a sacred veil to be drawn over the beginnings of all government".

En otras palabras: el problema no está necesariamente en la legitimidad o ilegitimidad fundacional del régimen (Villepin habla de un coup d'Etat fondationnel). No son preguntas que se hicieron individuos como Guillermo el Conquistador, Guillermo de Orange, o Vladimir Putin, para dar un par de ejemplos. El problema está en la auto-limitación subsiguiente del poder: ahí nace la estabilidad de largo plazo de un régimen. Este punto marca la gran diferencia entre Napoléon Bonaparte y George Washington (el estadounidense muere pocas semanas después del golpe de Brumaire). Ambos líderes coinciden en muchos aspectos: necesidad de unidad y firmeza en el poder ejecutivo (¿será por su outlook militar?); comienzos ilegítimos; fenomenal ambición; enorme sed de gloria; importancia de la religión y de la moral (p. 211), etc. Pero la diferencia clave está en la capacidad de auto-control: de hierro en Washington, de papel en Bonaparte. Napoleón, dice Villepin, "es un egocéntrico integral, manejado tanto por su pasiones como por sus ideas ... es un ser de pasión" (pp. 170, 200). De esta capacidad de auto-contención deriva la respuesta a un interrogante clave: ¿Debe el poder ejecutivo absorber a los demás? No para Washington, sí para Napoleón, que afirma de manera equívoca: "Le pouvoir ne se partage pas".

Napoleón se toma un tiempo antes de iniciar su ofensiva en Europa. Según Villepin, los cuatro años entre Brumaire (finales de 1799) y el Imperio (1804) constituyen "el más bello período de nuestra historia" (p. 179). La Paz de Amiens, firmada con Gran Bretaña en 1802, aporta un bienvenido break de prosperidad económica. Noto que Villepin se refiere en general a l'Angleterre, no a Gran Bretaña: un clásico tanto en Napoleón como, mucho más tarde, en Charles de Gaulle. (Abundan, dicho sea de paso, las similitudes entre ambos militares: la propaganda tous azimuts, la politique de grandeur, el plebiscito sobre el poder ejecutivo, etc.) El Cónsul se dedica a la "reforma" institucional, que se parece más bien a un retorno a la monarquía del siglo XVIII — aunque mucho más eficiente. La idea es crear una sociedad "verticalizada", con funcionarios regionales (prefectos) directamente nombrados por París. Villepin lo repite una y otra vez: la idea explícita es deshacer los contre-pouvoirs (pp. 219, 243). Napoleón controla los nombramientos al Senado, limita el derecho de voto, y opta —en materia de organización judicial— por "claquer la porte à Montesquieu" (p. 223). Salvo los jueces de paz, todos los demás son directamente nombrados, promovidos y ... echados por él. El papel de los jurados —legado de Jefferson a la Revolución francesa— sufre una drástica disminución (Villepin no cita al respecto la excelente crítica de Tocqueville). La censura es completa: circulan muy pocos periódicos. Uno de ellos es Le Moniteur, convertido en diario oficial en el cual escribe el propio Napoleón.

El Código Civil merece una referencia aparte. Toda la cultura política "latina" siente fascinación por el Code Napoléon. "Mi verdadera gloria", dice Napoleón en Santa Helena, "no vendrá por las 40 batallas que gané; Waterloo borrará el recuerdo de tantas victorias. Lo que nada borrará, lo que vivirá eternamente, es mi código civil" (p. 233). En lo personal, nunca compartí el entusiasmo por el código. La excesiva codificación genera un sistema jurídico inflexible, poco abierto a la "cultura del precedente" — uno de los secretos de la independencia judicial. (Hay jueces argentinos que toleran robos porque no están codificados, como algunos delitos informáticos). Pero es el propio Villepin quien nos informa acerca del verdadero propósito del Código Civil: "Vaciar la representación parlamentaria de su razón de ser, aunque manteniéndola en su lugar para entretener la ilusión de la libertad" (p. 233). ¡Nada mal! Otro tema bien tratado es la deriva de la monarquía —en el sentido de Polibio— hacia la tiranía. El monarca tiene legitimidad: es el que pone fin a la anarquía. El tirano, en cambio, construye un "castillo de naipes" que se derrumbará junto a él (p. 247). Nada ilustra mejor el camino de la monarquía hacia la tiranía que la brusca reacción de Napoleón al atentado fallido (con explosivos) del 24 de diciembre de 1800: "¡Necesito sangre!" Sin la menor preocupación por la justicia, Bonaparte exige por lo menos una igual cantidad de guillotinados que de víctimas del atentado original. Y va un paso más allá: en febrero de 1801 crea 32 tribunales especiales, capacitados para juzgar civiles y militares sin jurados, sin derecho de apelar, etc.

Villepin habla de un "peligroso desliz autoritario, acompañado de un refuerzo de la policía secreta" a manos de Fouché. ¡Anaciclosis napoleónica! Llega un nuevo "apretón" a la prensa, que Napoleón considera "una amenaza temible" (p. 256). "Si le suelto la brida a la prensa, no aguanto tres meses en el poder" (p. 256). Un decreto de 1800 suprime 73 diarios; quedan solamente 13. Otro decreto de 1803 parece una broma de mal gusto: "Para asegurar la libertad de la prensa, ningún librero podrá vender una obra sin antes haberla presentado a una comisión de revisión" (p. 257). La gente no es idiota: el oficialista Moniteur Universel es conocido popularmente como Menteur Universel; un diario ultra-oficialista ve caer la cantidad de abonados de 60 mil a 30 mil en pocos años. Cuando obtiene el título de Cónsul Vitalicio, en 1802, NapoleónItalic acelera la ofensiva contra las instituciones. Se trata, una vez más, de "suprimir todos los contra-poderes" (p. 262). El poder legislativo queda destruido: pierde el derecho de convocar las sesiones y el de proponer jueces y candidatos al Senado; todos son designados por el Cónsul, que ahora también nombra a los alcaldes y a todos los jueces. Como bien dice Villepin: "Hay un solo elector" (p. 268). En el Consejo de Ministros, nadie puede presentar iniciativas. El valiente Lafayette —cuyo hijo mayor se llama George Washington Lafayette— protesta en una carta dirigida a Napoléon por su "régimen arbitrario" (p. 267).

Un sistema de des-gobierno
Villepin describe con lujo de detalles (y citas) el gobierno del "nuevo César". Unidad de poder, verticalismo y centralización son los ejes de un sistema mucho más autoritario que el del propio Luis XIV (previsiblemente, el autor se refiere al Roi-Soleil). Pero mientras que Luis XIV estaba "limitado por la costumbre", Napoleón barre con todos estos frenos: "Autant de freins qui ont lâché" (p. 330). El lema de Luis XIV, nec pluribus impar, se cumple como nunca bajo Bonaparte. Villepin habla de monarchisation et personnalisation du pouvoir; no duda en referirse al "usurpador" que, de la noche a la mañana, decide multiplicar por 12 su retribución financiera personal (pasa de 500 mil a 6 millones de francos en 1803). Napoleón, dice el autor, desprecia al pueblo francés por su carácter servil y aprovecha para tomar la más audaz de todas sus decisiones: el 18 de mayo de 1804 se auto-declara Emperador de Francia. Villepin dedica páginas enteras de Le soleil noir de la puissance a los estragos causados la existencia de posiciones hereditarias en los máximos niveles del poder político: a cambio del título de Emperador, los senadores también reclaman posiciones hereditarias, clara señal de degeneración del régimen.

Cuando Napoleón declara el Imperio, Villepin nota con sorpresa que la Bolsa de París no festeja: le parece una "paradoja" (p. 302). Desde mi punto de vista, la reacción del mercado financiero es perfectamente lógica: confirma la relación, propuesta por Montesquieu cincuenta años antes, entre despotismo y costo del capital. La pomposa ceremonia de coronación aumenta el escepticismo de los franceses. Cada vez más ciudadanos expresan (en privado) dudas sobre el nuevo régimen: temen, como el autor de Discours sur le couronnement de Buonaparte, la inminente apertura de un nuevo ciclo de violencia política. El propio Necker, que consideraba a Napoleón como l'homme dont la France avait besoin —para re-establecer la autoridad del poder ejecutivo— lamenta la creciente "ausencia de ley" (p. 273). La ausencia de ley, justamente, queda puesta de manifiesto con el asesinato del duque de Enghien, bien tratado por Villepin. Pero el principal mérito del autor consiste en recordar la fragilidad intrínseca del régimen napoleónico. El punto es importante en términos de nuestra cultura política. En la Argentina, los políticos y la intelligentzia siguen perfectamente convencidos —a pesar de las repetidas lecciones de la historia— sobre la equivalenca entre "concentración de poder" y "solidez del poder".

Desde este punto de vista, merece destacarse el comentario de Villepin sobre el peso de facteurs strictement conjoncturels. Hacia 1804, la debilidad estructural del régimen napoleónico está "camuflada" por la coyuntura favorable. (Leo estas líneas y pienso en los Sres. Menem y "K", ambos favorecidos en su momento por espectaculares coyunturas, que interpretaron como situaciones permanentes). Villepin se concentra en una debilidad particular del régimen: el esprit de cour, que considera el "veneno y la plaga de las monarquías" y también "el virus que infecta a las nuevas élites antes de contagiar la sociedad entera" (pp. 329-331). Cuando prevalece el espíritu de corte, el poder se debilita porque —entre otras cosas— decae la calidad de la información que los cortesanos le hacen llegar al príncipe. ¡Nadie tiene interés en dar malas noticias! [Al respecto, podemos recordar: (a) el entorno del Sr. Menem, divulgando falsa información sobre el supuesto éxito de Buenos Aires como sede olímpica, para mantener así sus privilegios; (b) los disparates sobre la "infalibilidad" del Sr. "K", expresados por Juan M. Abal Medina en septiembre de 2006]. Villepin resume el problema de manera magistral: "Le mensonge est la rançon de l'absolutisme. Avec le temps, plus personne n'ose lui dire la vérité en face" (p. 338). ¡Nadie se atreve a decirle la verdad! No hay incentivos para que circule buena información en el entorno de Napoleón. Al final, ni la propia policía secreta le proporciona datos confiables.

Villepin concluye: "Al someter a los hombres, Napoleón contribuye a degradarlos y a transformarlos en mediocres, sin ideas ni iniciativa. El autoritarismo niega la originalidad y desincentiva la fidelidad. Muy pronto su entorno no comportará sino un grupo de incompetentes, o traidores potenciales" (p. 339). Cuando despide a Talleyrand en 1807, Napoleón pierde al último ministro capaz de moderarlo: solamente zonzos (des sots) accederán a altos cargos. (¿Suena conocido?) Los verdaderos amigos se van; quedan aduladores sin talento político. Napoleón pierde el sentido de la realidad: "No ve más al mundo tal como es, sino según su voluntad" (p. 507). Villepin dedica comentarios interesantes al impacto del régimen napoleónico sobre el pensamiento: "La censura y la esterilización del pensamiento han matado toda trascendencia y toda libertad de evaluar" (p. 304); "El Imperio genera una abrumadora recesión del pensamiento" (p. 487). ¡Esterilización del pensamiento! ¡Recesión del pensamiento! En enero de 1803, Napoleón disuelve la Academia de Ciencias Morales; en 1805 entran en vigor nuevas restricciones a la libertad de prensa: cada diario es controlado por un "censor". La censura termina por perjudicar al propio Emperador; una cita de George Sand lo ilustra: "Las alabanzas oficiales le han hecho más daño que veinte diarios hostiles" (p. 487).

Conclusión: las inesperadas bondades del enfoque
"Cela finira mal" — Louis-Léopold Boilly.

Le soleil noir de la puissance es una larga y detallada descripción del fatídico ciclo que se inicia con la debilidad del poder ejecutivo en la Revolución francesa. El golpe de Estado de 1799, pensado para arreglar el problema, crea otro aún mayor. En lugar de respetar el nuevo orden constitucional, Napoleón opta por destruir sistemáticamente los "contra-poderes" y por auto-declararse Emperador. Enceguecido por la coyuntura favorable, Bonaparte cae víctima de la intensidad de sus pasiones. El vocabulario de Villepin lo ilustra bien: "borrachera", "obsesión", y "ceguera" del poder; "enfermedad" y "religión" de la gloria; "vértigo" del triunfo, etc. La "ansiedad extrema" es el rasgo saliente de su personalidad. Tras la derrota de Trafalgar en 1805, Napoleón emprende la conquista de Europa Continental para "ahogar" a Gran Bretaña. Su sueño es la monarquía universal centrada en ... su propia persona. Pero los verdaderos "ahogados" son los pueblos de Europa, sometidos a las demandas del servicio militar, a los impuestazos constantes y a los efectos del embargo comercial.

Para alguien acostumbrado a tratar el problema del poder hiper-concentrado desde el punto de su impacto sobre el costo del capital, el libro aporta una bienvenida dosis de aire fresco. El verdadero problema del despotismo, concluye Villepin, no es la tasa de interés: es el espíritu de corte. Cuando la adulación reemplaza la emulación, decae la calidad de la información; huyen los individuos de talento; desaparece la creatividad; se esfuma la iniciativa. Desde este punto de vista, el libro recuerda los volúmenes de Michael Grant sobre los emperadores romanos. Analizando obras de arte en la Roma del siglo III, Grant observa que —en el instante en que la uniformidad reemplaza a la individualidad— la decadencia se acerca a pasos agigantados. Este es, según Dominique de Villepin, el verdadero problema Napoleón.

[1] Biography of Fanny von Schnorr, 1902 (manuscrito no editado). Según mi hermano Horacio —el que mejor conoce el asunto— Fanny era de una belleza espectacular. Nace en Irlanda, al igual que Arthur Wellesley, el duque de Wellington. Se casa con el suizo-austriaco Adolph (Dolphy) Grohmann, y tienen varios hijos, entre los cuales mi bisabuelo —por el lado de mi madre— Adolph Grohmann (h).

[2] P. 35. Villepin cita el comentario de Hippolyte Taine: "A la souveraineté du roi, le contrat social substitue la souveraineté du peuple. Mais la seconde est encore plus absolue que la première, et dans le couvent démocratique que Rousseau construit sur le modèle de Sparte et de Rome, l'individu n'est rien, l'Etat est tout" (p. 37, nota).

[3] George Washington: "Farewell Address", septiembre de 1796. Este documento es redactado inicialmente por James Madison en 1792; lo corrge Alexander Hamiton en 1796, y John Jay supervisa el resultado final. Son, naturalmente, los tres autores del Federalista.

(*) Publicado originalmente Mackinlay's, el 14 de abril de 2008.

Wednesday, December 16, 2009

LIBROS. SCHUMPETER & LA ECONOMÍA DE LA INNOVACIÓN

. Thomas K. McCraw. Prophet of Innovation. Joseph Schumpeter and Creative Destruction. Harvard University Press, 2007 [web] [prólogo][Nota: ver este anexo como complemento posterior a la reseña].

Por Agustín Mackinlay (*)

Escribir una reseña de esta fenomenal biografía de Joseph A. Schumpeter (1883-1950), el "padre" de la economía de la innovación, es una tarea particularmente placentera. También creo que tiene cierta utilidad: dudo que el libro circule algún día por América del Sur. Agobiados por los déficits, por la amenaza de la inflación y por la endeblez institucional, la gran mayoría de los economistas argentinos ignora la economía de la innovación. La obsesión por los deficits nos convierte en contadores, y desvía nuestra atención de las cuestiones propiamente económicas. (Toda una generación de economistas argentinos ha sido formada bajo la influencia de los esquemas contables del Dr. Ricardo Arriazu). El resultado está a la vista: en lo doméstico, una economía frágil, atada a transitorios "booms" en el precio de los commodities; en lo internacional, una falta de comprensión del fenómeno de la innovación, generalmente despreciado como simple "burbuja especulativa".

Desde 1994-1995, con la llegada del buscador-web de Nestcape y la consecuente "revolución" de la internet, el interés por la obra de Schumpeter no ha dejado de crecer. Más de cincuenta años después de su muerte, Schumpeter finalmente logra desplazar a Keynes, su eterno rival. Como una innovacion nunca viene sola (otra idea del austriaco), hemos asistido —y estamos asistiendo— a un verdadero "boom" de innovación, particularmente en los rubros de energía, medicina y biología. Por esta razón, decenas de artículos y seminarios dan cuenta de las principales ideas del economista austriaco. Pero hacía falta una visión panorámica, que nos permitiera entender las ideas de Schumpeter en el contexto increíblemente agitado de una vida que abarca las dos guerras mundiales y la depresión de los 1930s. Esta es la principal virtud de Prophet of Innovation, el libro de Thomas McCraw.

La economía de la innovación: los cinco casos & la creación de crédito
A pesar de su admiración por los grandes economistas de finales del siglo XIX (Menger, Jevons, Walras, Marshall), Schumpeter opta por un camino radicalmente distinto en su Teoría del desarrollo económico (1911). La esencia del capitalismo, advierte el joven economista, es el dinamismo — ¡no el equilibrio estático! Un capitalismo inmóvil sería una contradicción en los términos. "Stabilized capitalism is a contradiction in terms ... The history of capitalism is studded with violent bursts and catastrophes. It is no gentle process of adjustment but something more like a series of explosions" (p. 255, 270). Schumpeter establece cinco casos de innovación: [1] La introducción de un nuevo bien (ejemplo moderno: Viagra, un mercado de $2.5 billion anuales); [2] La introducción de un nuevo método de producción o comercialización de bienes existentes (Amazon); [3] La apertura de nuevos mercados (McDonald's en Rusia); [4] La conquista de una nueva fuente de materias primas (energía eólica); [5] La creación de un nuevo ... monopolio (Microsoft, Google).

En 1942, Schumpeter bautizará este proceso como Destrucción Creadora, que McCraw define como una de las metáforas económicas más exitosas, solamente eclipsada por la "mano invisible" de Adam Smith. "El proceso de Destrucción Creadora", escribe Schumpeter con mayúsculas, "es el hecho esencial del capitalismo". Su protagonista central es el emprendedor innovador. Se trata de un individuo fuera de lo común por su vitalidad y por su energía sin límites. Siempre sigue adelante; jamás se deja décourager por fracasos temporarios. El innovador no es un inventor. Este último es generalmente un genio, un técnico/científico amateur o de profesión. El emprendedor crea mercados para los inventos de los genios. Se destaca por su perseverancia y por su ambición, no por su genialidad. Su motivación va más allá de la riqueza, del simple hedonismo: el emprendedor schumpeteriano —ese New Man que proviene de cualquier clase social— sueña con crear un imperio, una dinastía. McCraw nos ayuda a "ubicar" esta idea: el entrepreneur de Schumpeter está a mitad de camino entre el líder carismático de Weber y el "super-hombre" de Nietzsche.

Un elemento esencial de la economía de la innovación es la creación de crédito. Otra vez, McCraw resume el punto de manera eficaz: "The core ethos of capitalism looks constantly ahead and relies on credit in launching new ventures. From the Latin root credo —'I believe'— credit represents a wager on a better future ... In the absence of credit, both consumers and entrepreneurs would suffer endless frustrations" (p. 7). El proceso de innovación en los mercados de bienes y servicios coincide con la puesta en marcha de la ... ¡innovación financiera! Este punto es de una importancia fundamental. La innovación financiera ("overdrafts" británicos para los ferrocarriles estadounidenses en los 1850s, "car loans" de General Motors en los 1920s) es en sí misma un proceso sumamente arriesgado (p. 267). ¡Muchos perderán dinero! De manera increíble, estamos viendo hoy mismo un ejemplo de lo que Schumpeter tenía en mente hace casi cien años.

Innovaciones como los Credit Default Swaps (CDS) y las Collateralized Debt Obligations (CDO) han facilitado el fenomenal "boom" de liquidez de 2002-2007, pero también han generado ... ¡grandes pérdidas! (Merrill Lynch, Bear Stearns, Citigroup, etc). En otras palabras: las "burbujas" y la "especulación financiera" forman parte intrínseca del desarrollo capitalista. Son dos caras de la misma moneda: "Financial speculation, though it gets a very bad press, is an important part of this process. Speculators often turn out to be investment bankers funding the entrepreneurs who in turn push innovations through the economy" (p. 178). Es común, en la Argentina, denostar a los operadores de Wall Street por su comportamiento aparentemente anti-social. Como en toda actividad humana, existe fraude en Wall Street — a menudo salen perdiendo pequeños ahorristas mal informados. Pero una cosa es clara: sin innovación financiera, no hay emprendimientos innovadores, con todo lo que implica en materia de creación de riqueza y empleo.

La economía de la innovación: el estímulo a la demanda & las políticas públicas
El temor a la innovación proviene de un persistente cliché: la innovación destruye puestos de trabajo. Nada más alejado de la realidad, argumenta Schumpeter en Business Cycles (1939). La baja de precios —resultado universal de la innovación (ver la fenomenal baja en los precios de las computadoras personales)— estimula la demanda y permite la expansión de la actividad económica. El resultado: más y mejores puestos de trabajo. Las principales víctimas de la destrucción creadora no son los trabajadores, sino ... ¡los capitalistas derrotados por otros más astutos! (pp. 429-430). Ciertamente, el capitalismo crea desigualdad: la riqueza del emprendedor exitoso es muy superior a la del ciudadano común. Sobre este fenómeno, Schumpeter sugiere tener en cuenta dos puntos: (a) nada asegura la posición en el tope: el éxito crea imitadores, y los exitosos de hoy pueden muy bien ser los perdedores de mañana; (b) la disparidad aumenta, pero también lo hace la riqueza absoluta: la situación económica de "las masas" no ha dejado de mejorar con el acceso a bienes y servicios cada vez más baratos. En cambio, en la Unión Soviética, observa Schumpeter hacia 1938, el proletariado está "más explotado que en la época de los zares" (p. 364). (Dicho sea de paso, estamos asistiendo hoy mismo, con la incorporación de China, Rusia y la India al capitalismo global, al mayor "boom" de creación de riqueza en la historia de ... ¡la civilización!)

Joseph Schumpeter dedicó una gran parte de su actividad a promover políticas públicas basadas en la innovación empresaria. En la caótica Austria de la posguerra de 1918, en la cual actúa sucesivamente como profesor, ministro de finanzas y banquero privado, Schumpeter insiste sobre la importancia de promover la actividad empresaria. Facilitar la inversión extranjera directa, derrotar la inflación, promover la creación de crédito, modernizar el sistema financiero, bajar las tasas impositivas para aumentar la recaudación (un anticipo de Arthur Laffer): éstas son los principales herramientas de un país para estimular la innovación empresaria. Naturalmente, no pueden faltar dos pilares esenciales: "... a modern concept of private property and a framework for the rule of law" (p. 148). Nombrado profesor de la Universidad de Bonn a comienzos de los 1930s, Schumpeter se inquieta por la ausencia de independencia judicial en la república de Weimar: el sistema judicial es mucho más estricto contra los comunistas que contra los ideólogos de extrema derecha (p. 170). Y cuando Franklin D. Roosevelt intenta "copar" (pack) la Corte Suprema, ampliando la cantidad de miembros, Schumpeter cree que el presidente puede causar un verdadero colapso institucional (p. 319).

En Business Cycles y en Capitalism, Socialism and Democracy (1942), el economista austriaco —instalado en Harvard desde 1932— desarrolla un clásico (y sorprendente) argumento relativo a los monopolios. Nuevamente, estamos ante un punto de gran actualidad. La idea es sencilla: cuando un emprendedor alcanza una posición monopólica (como resultado de sus innovaciones, no de contactos políticos), de inmediato genera centenares de ... ¡imitadores! Su posición es más frágil de lo que parece: "High entrepreneurial profits are always temporary" (p. 355). El riesgo para los policy makers es aplicar políticas anti-trust muy severas. Por un lado, no resultan muy útiles: tarde o temprano, la competencia se encargará de hacerle la vida imposible al monopolista. Por otro lado, pueden frenar el estímulo a la innovación. Bill Gates y Microsoft ofrecen un ejemplo muy actual. Los europeos suelen quejarse por la falta de un "Microsoft o Google europeo". Sin embargo, se muestran durísimos en términos de regulaciones anti-monopolio contra la compañía del Sr. Gates. Al hacerlo, crean el riesgo de des-incentivar la llegada de un "Google europeo", cuya razón de ser es precisamente ... una posición monopólica. El esfuerzo de los reguladores tiende a ignorar la implacable realidad del mercado: los imitadores.

No pasa un día sin que veamos la salida de un nuevo sistema operativo o de una nueva aplicación para PCs. ¡Todos quieren ser el nuevo Bill Gates!Schumpeter aclara repetidamente que la gran empresa, que hoy llamamos "multi-nacional", es algo conceptualmente disitinto del monopolio. La prensa y los intelectuales intentan equipararlos, pero la realidad es que no existen monopolios de largo plazo. El big business es en sí mismo una importante innovación desde el punto de vista de las finanzas y del management: su tamaño le permite optimizar el uso de nuevas tecnologías (p. 266). Las grandes empresas constituyen una fuerza positiva en términos de innovación y crecimiento; aunque tienen mala prensa, han contribuido de manera decisiva al mayor salto —desde el punto de vista del progreso económico— jamás visto en la historia (p. 355). Pero Schumpeter no era un "libertario" al estilo de Ludwig von Mises. Desde su punto de vista, la economía mixta resultaba irremplazable. Con buen criterio, McCraw dedica un capítulo a esta idea: "Toward the Mixed Economy" (pp. 422-441). Aunque no logró una caracterización precisa de la economía mixta —era un fenómeno relativamente nuevo— Schumpeter advertía que el "Estado amfibio", al final del día, fortalecía el capitalismo en lugar de debilitarlo (p. 425). En la medida que el Estado moderno lograba conservar valores humanos, permitía salvar al capitalismo de ... sí mismo. (Esto me recuerda la conclusión de Conrad Black sobre FDR: su "progresismo" salvó a Occidente y al capitalismo). Aclarado este punto, Schumpeter advertía sobre la tentación —y el grave peligro para los propios trabajadores— de reemplazar progresivamente el capitalismo, el sistema más productivo jamás concebido.

Marx, Keynes y Schumpeter
A lo largo de su carrera como economista y sociólogo, Schumpeter lee y relee a las principales figuras de las ciencias sociales. En 1883 muere Karl Marx; también nacen Keynes y Schumpeter. La lectura de Marx es una de las más fructíferas. Por un lado, Schumpeter subraya la importancia de Marx como economista: es uno de los primeros en reconocer tanto la inmensa capacidad productiva del capitalismo, como el papel jugado por los empresarios. En el Manifiesto Comunista, Marx "lanza un panegírico sobre los logros burgueses que no tiene igual en la literatura económica" ("The Communist Manifesto in Sociology and Economics", Journal of Political Economy, Vol. 57, junio 1949). El gran mérito de Marx es su percepción del capitalismo como un sistema dinámico: "Marx saw more clearly than anyone else the dynamism of the capitalist engine" (p. 457). Su error es la falacia de la "dictadura de proletariado" como profecía históricamente inevitable. Marx, por otra parte, se equivoca al no distinguir entre emprendedor y capitalista, y al negar la movilidad social intrínseca del capitalismo.

Desde el punto de vista de la cultura política argentina (y latino-americana en general), el "diálogo" Keynes-Schumpeter es aún más importante. Escribo "diálogo" entre comillas porque, si bien los dos se conocían e intercambiaban cartas, también se detestaban ... cordialmente. Parte del problema está en el espantoso timing de Schumpeter. En 1939, en plena depresión económica, se le ocurre publicar Business Cycles, un monumental "canto" al capitalismo: no era la mejor manera de hacerse popular. En los 1930s la gran "estrella" de la profesión es John Maynard Keynes, autor de la General Theory of Employment, Interest and Money (1936). Mientras Schumpeter trabaja solo en Harvard, Keynes aprovecha el aporte de un brillante grupo de colaborades en Cambridge. Schumpeter se considera a sí mismo un puro investigador científico; Keynes pretende ser visto como un líder de opinión que no duda en proponer medidas concretas. El austriaco siempre contempla el largo plazo; al inglés se le atribuye la famosa frase: "En el largo plazo estamos todos muertos". Schumpeter es el economista de la oferta y del análisis "micro" o bottom-up; Keynes es el economista de la demanda y del análisis "macro" o top-down. En las más de 400 páginas de la General Theory, agrega McCraw, Keynes no menciona ni una sola empresa o empresario: Schumpeter queda azorado al comprobar que el libro de economía más popular del momento "dismisses the outstanding feature of capitalism" (p. 274).

Schumpeter veía un serio peligro con la popularidad del "keynesiamismo": en la práctica, sus recetas no eran reversibles. Aumentar el gasto público y bajar los impuestos para enfrentar una situación temporaria de falta de dinamismo económico era algo entendible: pero creaba serios riesgos. La popularidad de estas medidas hacía impensable, desde el punto de vista político, su "reversión" una vez recobrada la normalidad: "... effective state action was more tortuous and difficult than Keynes was wont to assume" (p. 467). En la Argentina, algo tan sencillo como esto escapa a la mente de muchos economistas. Cuando el Sr. Bernardo Grinspun inicia su programa supuestamente "keynesiano" en 1984, comienza el camino hacia la hiperinflación — un ataque sistemático contra los intereses de la clase trabajadora. (Mientras tanto, los amigos del ministro, naturalmente, compraban viviendas a tasa fija en los bancos oficiales). Pero Schumpeter formula una crítica aún más severa. El argumento, presentado en la reunión de la American Economic Association de 1948, es crucial para entender nuestra cultura política-económica pseudo-keynesiana.

En los párrafos introductorios de Economic Consequences of the Peace, el libro de 1919 que establece la fama de Keynes, Schumpeter detecta el núcleo de lo que más tarde se llamará keynesianismo: "... these paragraphs created modern stagnationism". Keynes pensaba que el sistema de la libre empresa estaba llegando al estancamiento permanente: al crecer y generar riqueza, los países disponían de menos oportunidades de inversión. Frente a esta visión pesimista, solo el gobierno era capaz de crear estímulos para la actividad económica. Leo y releo estas páginas de Prophet of Innovation, y recuerdo mis propias ideas económicas antes de 1994-1995. Me veo como un (todavía) joven economista internacional, preocupado por las fuentes de demanda en la Argentina y en la economía mundial. Esta preocupación, típica de muchos colegas, era la de un "stagnationist" pesimista. Luego vino el "boom" de la internet, con su fenomenal ola de innovación empresaria, y comprendí mejor la raíz de la critica de Schumpeter: la innovación es en sí misma —gracias a la baja de precios que impulsa, y a la creación de nuevos mercados— el mejor (y el único verdaderamente durable) "shock de demanda". McCraw destaca bien este punto: en 1948, en plena ola de prosperidad económica, y frente a un auditorio repleto de economistas keynesianos, el optimista Schumpeter se da el lujo de subrayar el dinamismo infinito del capitalismo, donde la innovación continua es "endógena". Para el austriaco, el deseo de progreso económico no tiene límite — aún en las sociedades más ricas.

Conclusión: un libro valioso — pero no espere verlo pronto en Buenos Aires
Prophet of Innovation es, en definitiva, un gran libro. Thomas McCraw ha dedicado años a estudiar la vida y la obra de uno de los principales economistas del siglo XX. Se ha tomado el trabajo de traducir los diarios íntimos y las cartas de Schumpeter a sus amantes, revelando el intenso mundo emocional del pensador austriaco. Deprimido por el éxito y por el liderazgo de Keynes, entristecido por la destrucción de Europa, Schumpeter opta por nunca rendirse; trabaja hasta el último día de su vida. Elizabeth Boody Schumpeter, su mujer, publica de manera póstuma la famosa Historia del pensamiento económico en 1954. Magnánimo, Schumpeter se "reconcilia" al final de su vida con Marx y con Keynes. Después de todo, como señala James Tobin, tanto Keynes como Schumpeter subrayaron el carácter esencialmente impredecible de la inversión (p. 619). Todo gran economista, concluye Schumpeter, tiene una "agenda" ideológica. Esto es inevitable. Él mismo termina reconociendo su propio "impulso" ideológico: la defensa del capitalismo. Al final, la orientación ideológica de un pensador queda equilibrada (balanced) por la de otro. Con el paso del tiempo, el aspecto ideológico de una obra pierde relevancia: pero su aspecto analítico perdura.

El impulso ideológico juega entonces un papel importante: es precisamente lo que lleva a un Marx y a un Keynes a publicar sus ideas. (Increíblemente modesto, Schumpeter jamás se auto-incluyó entre los grandes economistas). ¡Así avanza la ciencia de la economía! No espere ver Prophet of Innovation circulando pronto por las librerías de Buenos Aires. Espero equivocarme, pero dudo que un emprendedor del mundo editorial se atreva a correr el riesgo de traducirlo y exportarlo a la Argentina. Nuestra cultura política-económica se ubica profundamente a contra-mano de las ideas de Schumpeter. Conozco personalmente varios empresarios argentinos netamente "schumpeterianos". Pero tengo la impresión que el establishment político, educativo, empresarial y gremial ve con pánico la idea de la innovación. La única salvación está en el milagro —siempre transitorio— de un "shock de demanda" reflejado por un "boom" en el precio de los granos. Mientras tanto, las villas-miseria no paran de crecer; con cada crisis cíclica producida por una baja en el precio del trigo o de la soja, la Argentina pierde decenas de miles de cerebros. ¿Su destino? Los países que ... innovan.

(*) Publicado originalmente el 31 de octubre de 2007 en Mackinlay's.

Monday, November 30, 2009

LIBROS & ENSAYOS. DESGOBIERNO & CORRUPCIÓN: LA VISIÓN DE ALEJANDRO NIETO
. Alejandro Nieto. El desgobierno de lo público (Barcelona: Ariel, 2008) [reseña]

Por AM
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Un libro que menciona palabras como "frenos y contrapesos", "frenos", "contrapesos institucionales", "cultura política", "desgobierno", "independencia judicial", "contrabalancear", "despotismo" y "degeneración" no podía quedar sin reseña en este blog. El desgobierno de lo público es uno de los libros más útiles e interesantes de los últimos años. Pero útil e interesante no significa optimista. Catedrático emérito de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid, el profesor Nieto describe sin piedad la corrupción que carcome a España y que —de mantenerse en los niveles actuales— puede dar lugar, según sus propias palabras finales, a una ... ¡revolución! Mi interés por el libro del Sr. Nieto proviene, claro está, de las profundas semejanzas con la situación de mi país. Las diferencias entre España y Argentina —la figura del Rey, los contrapesos autonómicos, el euro— no alcanzan para esconder la realidad común de la hiper-corrupción (y de una cultura política similar). Esta reseña se concentra en los puntos centrales del libro, dejando de lado aspectos que solamente conciernen a España. Mis pocos comentarios críticos no se centran en la economía política del Profesor Nieto (generalmente eficaz), sino en su bizarra e incomprensible "guerra" contra la erudición. ¡Pero vayamos a las cosas!

Desgobierno, corrupción & desliz: los grandes temas
Alejandro Nieto se propone iluminar una realidad conocida por todos: la corrupción. Es necesario abandonar la "ficción retórica" del Estado neutro como eficaz regulador: se trata de una simple formalidad. La realidad (informal) es menos alentadora: el Estado es un "aparato de dominación patrimonializado por un grupo reducido de gobernantes" (p. 33). En este contexto, la lucha política es un forcejeo entre oligarquías para la ocupación exclusiva del poder: "El poder se patrimonializa cuando sus titulares lo consideran como un bien propio y lo utilizan en beneficio particular o del partido" (p. 136). La personalización del poder es entonces el regreso "al feudalismo más profundo" (p. 131). Desde el punto de visa práctico, la consecuencia más visible es el "Estado comatoso", el "Estado hinchado", débil y siempre tironeado por oligarquías deseosas de repartirse el "botín". Decididamente, el Profesor Nieto ne mâche pas ses mots!

¿Cómo hemos llegado a esta virtual "colonización" del poder político por grupos "mafiosos" disfrazados de partidos políticos? La respuesta no sorprende: por el fracaso de los contrapesos. Alejandro Nieto analiza no menos de ocho tipos de contrapesos (pp. 98 a 113): burocráticos, políticos, institucionales, sociales, económicos, territoriales, internacionales y mediáticos. Cuando estos contrapesos son incapaces de contrabalancear las políticas de Gobierno (destinadas al saqueo sistemático), entonces se produce el desliz hacia el desgobierno. Este es, en pocas palabras, el argumento central de El desgobierno de lo público. Aunque el Profesor Nieto desprecie la erudición —más sobre este punto luego— el lector notará el tono "polibiano" del argumento: si ceden los contrapesos, habrá ... ¡desliz y degeneración! En palabras del autor: "Hoy vivimos en una situación de desgobierno en la medida en que los intereses del partido gobernante y los intereses personales de los gobernantes prevalecen de hecho sobre los intereses públicos que unos y otros dicen servir" (pp. 90-91).

El problema de la justicia y la "corrupción social"
La justicia merece un capítulo aparte en El desgobierno de lo público: aquí el autor despliega la excelencia de un método claramente influenciado por Montesquieu. De entrada, el Profesor Nieto destruye el argumento de la eficacia (propuesto, en la Argentina, por la Corte Suprema "menemista" en 1990): "La eficacia sin el contrapeso de la legalidad desemboca en el despotismo". ¡Brillante! A la manera de Hamilton, el autor afirma que "la importancia de los jueces en el aparato oficial de anticorrupción es sencillamente excepcional, ya que la Administración de la Justicia es la pieza que cierra el sistema" (p. 176). La independencia judicial es vista, correctamente, en su doble dimensión: institucional (el poder judicial como rama "co-igual" del gobierno) e individual (los jueces libres de "pasiones", como decía Mariano Moreno). Especialista en Derecho Administrativo, Alejandro Nieto conoce bien los diversos componentes de lo que llama el "desgobierno judicial" — la escasez de recursos, la extrema politización de los ascensos, y la paradoja de lo que Gretchen Helmke llama defección estratégica: jueces fallando en contra del poder de turno cuando "huelen" debilidad política (*).

No es la intención de Alejandro Nieto proponer recetas para salir de esta situación; sin dar muchas precisiones, llama a analizar los problemas desde una perspectiva pluri-disciplinaria; también destaca brevemente el papel de las redes digitales y de los blogs. Su pesimismo proviene, en gran medida, de lo que él mismo llama la "corrupción social": si todos los ciudadanos se acostumbran a prácticas corruptas, entonces no hay contrapeso institucional que valga. Por eso entrevé, al final del libro, la posibilidad de una "revolución" en España. Veremos. Queda espacio para mi único comentario crítico. En varias oportunidades, el Profesor Nieto anuncia —con bombos y platillos— su rechazo a la "erudición". Pero esta postura anti-libertaria contradice profundamente algunas de las más importantes enseñanzas del volumen. ¡Erudición es transparencia! ¡La erudición ilumina! El erudito menciona todas sus fuentes — aún si se trata de blogs. Al hacerlo, contribuye a la cultura política de la apertura y la conectividad — acaso el mejor antídoto contra el desgobierno y la corrupción.

Algunas citas. "[El partido político] es una cuadrilla de bandoleros que saquean al Estado sin preocuparse de lo que desde él puede hacerse en beneficio social (p. 91); Dentro del Estado oficial majestuoso y armónico descrito en la Constitución, en el que todo está pensado para defensa de los ciudadanos, hay otro Estado semiclandestino en donde realmente se desarrolla la vida pública (pp. 154-155); La corrupción acompaña al Poder como la sombra al cuerpo (p. 155); Nadie se toma las leyes en serio, y el que menos, el Gobierno (p. 225); Los tribunales son el contrapeso más importante del Poder, el freno de la arbitrariedad (p. 306); Una justicia ineficaz es plaga para la economía ya que la inseguridad jurídica, los costes y tardanzas de los pleitos arrastran unos perjuicios económicos graves (p. 313); Si el mismo arbitro queda implicado en la lucha, el equilibrio se arruina (p. 319); El poder político que mueve los hilos del aparato judicial tiende a ejercer de forma abusiva esta potestad [las sanciones] en el sentido de que premia a sus amigos con la garantía de su no uso y se gana a los neutrales con la esperanza de su tolerancia (p. 324); La corrupción generalizada es el desgobierno en estado puro ... poco valor tienen las condenas judiciales, tan escasas que no pasan de ser testimoniales (p. 337); Con el desgobierno judicial se cierra y sella el desgobierno de lo público" (p. 344).

(*) Gretchen Helmke. Courts under Constraints. Judges, Generals, and Presidents in Argentina (Nueva York: Cambridge University Press, 2005) [página] [ver] [reseña] [bio]. [Fuente de la foto: http://www.ariel.es/].
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