. Michel Winock. Madame de Staël (Paris: Fayard, 2010) [Winock en YouTube] [Mona Ozouf] [El buen gusto & la política]
. Rémy Hebding. Benjamin Constant. Le libéralisme tourmenté (Paris: Max Chaleil, 2009)
Por Agustín Mackinlay (*)
En medio de los eventos políticos que sacuden a la Argentina y al el mundo, leer y escribir sobre Mme de Staël y Benjamin Constant puede parecer una empresa superflua y de escaso valor agregado. Afortunadamente, no es así: el placer y la utilidad, una vez más, van de la mano. A Germaine de Staël y a su amante les toca enfrentar situaciones y dilemas muy parecidos a los nuestros: ¿Cómo explicar la necesidad del equilibrio de poderes cuando la cultura política dominante se ha vuelto radicalmente igualitaria? ¿Cómo encontrar líderes dotados de voluntad de poder y —al mismo tiempo— de capacidad de auto-contención? ¿Cómo convencer a un déspota sobre la conveniencia —¡para él mismo!— de respetar las instituciones, la independencia judicial y la libertad de prensa?
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Por otra parte, la vida de estos contemporáneos de Mariano Moreno aporta elementos importantes para entender la (escasa) influencia de Jean-Jacques Rousseau sobre las ideas políticas del Secretario de la Junta. La ventaja de una doble reseña es que los libros pueden resultar complementarios: esto es exactamente lo que sucede aquí. Madame de Staël es enorme (575 páginas), y enfatiza la biografía; Le libéralisme tourmenté es corto (126 páginas) y se concentra en las ideas. Con el libro de Michel Winock, mi idea era dejarme llevar —de manera completamente pasiva— en múlitples direcciones; en cambio, leí a Rémy Hebding con el explícito propósito de estudiar el Espíritu de las formas.
La vida loca
Germaine de Staël (1766-1817), hija única del banquero y político Jacques Necker y de su mujer Suzanne, entra en contacto desde niña con el agitado mundo de las letras parisinas. En el salon literario de Suzanne habrá visto brillar a personajes como Diderot, Raynal, d'Alembert, d'Holbach, Condorcet y Volney — y muy probablemente a Adams y Jefferson. Con la radicalización de la Revolución francesa en 1792, la familia emigra a Coppet, cerca del lago Léman. A lo largo de los siguientes 25 años, Germaine recorre decenas de veces la distancia París-Coppet. Tanto en la capital francesa como en su pequeño castillo suizo, actúa de soberana de las letras francesas. Lee, aprende idiomas, escribe, actúa. En su larga lista de amantes se destaca el gran intelectual franco-suizo Benjamin Constant (1767-1830), una de las figuras-clave del liberalismo y de los frenos y contrapesos institucionales. Con soltura, Michel Winock describe la vida loca de Germaine: amores, entusiasmos, pasiones, viajes, amantes, hijos (5), teatro y ... ¡libros!
Germaine de Staël entra en contacto con las principales figuras de las letras y de la política de Europa: Chateaubriand, Goethe, Schiller, Schelling, Wilhelm von Humboldt, los hermanos Schlegel (uno de los cuales la sigue a todas partes), Sismondi, La Fayette, Napoleón y Joseph Bonaparte, Genz, Metternich, Guizot, von Clausewitz, Lord Byron, Wellington, Talleyrand — además del rey de Suecia y del Emperador de Rusia Alejandro I. Frente a todos y cada de uno de estos personajes, Germaine defiende con valor su credo político: representación, bicameralismo, estricta libertad de prensa, estricta libertad religiosa, independencia judicial: "... un país será glorioso si aprende a conocer la libertad, es decir la garantía política de la justicia"; "Es sobre todo en el orden judicial que importa mantener la mayor independencia de las facciones y del poder supremo". El despotismo, asegura Mme de Staël, esteriliza el conocimiento.
Lógicamente, Napoléon Bonaparte le teme a Germaine de Staël. El Emperador da órdenes explícitos de mantenerla alejada de París. En 1812, al comenzar la campaña de Rusia, Germaine y su séquito de admiradores y amantes se adelantan a Napoléon. Recorren Rusia y Suecia en busca del asilo político inglés. Los años 1812-1815 están marcados por el problema del liderazgo político. Germaine siente en carne propia la tremenda paradoja de los defensores del constitucionalismo: la falta de líderes con el indispensable apetito de poder — pero al mismo tiempo compromeditos con la representación, la independencia judicial y la libertad de prensa. ¡Muy difícil! Germaine estudia el carácter de Bernadotte de Suecia y de Alejandro I de Rusia: al primero le falta vocación de poder, al segundo le sobran los instintos despóticos. ¿Dónde estarán los líderes constitucionales, justo cuando más se los necesita?
No es un problema menor: lo vemos todos los días en Venezuela y en la Argentina. En Venezuela la oposición ha conseguido unirse, pero aún carece de líderes visibles. En la Argentina, se mantiene la expectativa por Carlos Reutemann, un político que inspira confianza — pero que no parece proyectar vocación de poder. Algo parecido sucede en Francia, donde el electorado valora enormemente la figura de François Bayrou (autor de Abus de pouvoir), pero termina votando por Nicolas Sarkozy, percibido como más enérgico con el poder. Pero volvamos à nos moutons: mientras Germaine de Staël busca el liderago fundacional fuera de Francia, Benjamin Constant emprende la imposible tarea de convencer a Napoléon Bonaparte —durante los Cent-Jours— de inaugurar en Francia una monarquía constitucional a la inglesa.
El Espíritu de la formas
Ya tuve ocasiones de referirme en este blog al Espíritu de las formas (1, 2, 3, 4). La idea me vino al hojear, en la librería FNAC des Ternes en París, el volumen de Rémy Hebding sobre las ideas políticas y religiosas de Constant (el capítulo 6 lleva por título L'esprit des formes). Es el típico libro que uno compra por una sola idea. Déjeme agregar lo siguiente. Cuando los defensores del populismo à la Chávez o à la Kirchner intentan convencernos sobre la necesidad de politizarlo todo —justicia, banca, prensa— acuda a Montesquieu y dígales: "Está bien, señores, politícenlo todo; pero después no se sorprendan por la falta de crédito, por la desigualdad, por la inseguridad, por la pobreza". Y si descalifican los frenos y contrapesos como simples formalismos, acuda a Benjamin Constant y al Espíritu de las formas.
Un hecho notable, para el estudioso de las ideas políticas de Mariano Moreno, es la fenomenal coincidiencia de puntos de vista con Constant. Ambos califican las formas judiciales como una cuestión que merece la mayor "escrupulosidad"; ambos admiran el talento de Napoléon, y ambos deploran su nula capacidad de auto-contención. Defensores declarados de los frenos y contrapesos institucionales, Constant y Moreno saben que no pueden darse el lujo de descalificar abiertamente a Jean-Jacques Rousseau. (Cuando John Adams y Gaspar de Jovellanos lo hicieron, sus carreras políticas terminaron bruscamente). El franco-suizo y el porteño saben que la cultura política ha cambiado, y que el ideal del gobierno mixto entre diferentes 'estamentos sociales' es simplemente inaceptable en este comienzo del siglo XIX. ¡Otro desafío intelectual!
(*) Drs. en Humanidades, Universidad de Amsterdam. Profesor Asociado de International Political Economy, Universidad de Leiden.
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