"... die sogennante Lückentheorie" — Alexander Thiele
La profesora María E. Casullo (@mecasullo) me ha bloqueado en Twitter. Supongo que es un malentendido y que pronto volveremos a dialogar. No creo haber dicho nada para ofenderla. Como el punto principal del intercambio de tuits tiene interés —por lo menos para mí, como estudioso de los checks and balances, la idea más importante de la ciencia política— me permito escribir este 'post' abierto en Contrapesos. Se trata del principio monárquico, tratado con gran respeto por venerables figuras como Heródoto, Aristóteles, Montesquieu, Hume y Manuel Belgrano, entre muchos otros.
Todo empezó con un breve intercambio sobre una nota de La Nación referida a un grupo de ciudadanos que pedían un rey para la Argentina (no encuentro el link). Puse de relieve un hecho fácil de constatar: algunas de las democracias más exitosas hoy en día son monarquías. Se trata de Suecia, Noruega, Dinamarca y los Países Bajos. Bélgica, España y Gran Bretaña también pueden ser convocadas. ¿Y qué decir de Canadá y Nueva Zelanda, que se mantienen en una posición equívoca? Todos estos países tienen buenas notas en términos de independencia judicial, libertad de prensa y banco central independiente [ver].
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Es decir: los países más 'progresistas' del mundo son ... monarquías. Algo habrá. Es aquí donde se produce el equívoco con la Prof. Casullo. Todos sabemos que los reyes/reinas en estos países no ejercen el poder—es algo tan obvio que no merece mayores comentarios. Seguramente me expresé mal sobre este punto. Llevo veinte años viviendo en monarquías constitucionales —Holanda y España— y no necesito que me lo expliquen. También queda claro que estos países están gobernados, de hecho, como repúblicas.
Son más republicanos que otros países que proclaman el principio republicano a los cuatro vientos —Argentina, Venezuela, Nicaragua y otros— pero donde rige el principio despótico. Ya se habla, para citar un ejemplo, de Máximo Kirchner como candidato a presidente en Argentina. Más dinástico, imposible. (Los Sres. Menem y Kirchner no ocultaban su admiración por Napoléon Bonaparte).
Das monarchische Prinzip
El malogrado diálogo con la Dra. Casullo me permitió entender mejor lo que Alexander Thiele, especialista en historia constitucional moderna, llama das monarchische Prinzip (*). Es la clave del desarrollo constitucional de Europa del Norte. Y nos permite entender el éxito de los países mejor gobernados del mundo. ¿De qué se trata? En el fondo, se trata del 'problema Bonaparte'. Es decir: ¿Cómo 'construir' un poder ejecutivo republicano? Demasiado débil y caemos en el caos. Demasiado fuerte y vamos al despotismo imperial [ver].
Es la reflexión de Thomas Jefferson a Alexander von Humboldt en abril de 1811 sobre los movimientos independentistas en América del Sur, en momentos en que colapsa el poder ejecutivo en Buenos Aires [ver]. Los Estados Unidos resuelven el problema gracias a un milagro llamado ... George Washington. Como Washington había dado muestras de su capacidad de auto-contención —en 1783 se niega a encabezar un 'golpe' militar— el destino del PE en Estados Unidos depende del precedente establecido por el primer presidente. Y el precedente es contundente: con su renuncia a la re-re-elección en 1796, Washington aplasta moralmente —y por adelantado— todo intento de sus sucesores para eternizarse en el poder.
Por eso el Farewell Address de George Washington es un documento tan importante en el Río de la Plata post-1810, que no logra 'construir' su poder ejecutivo. Significativamente, Mariano Moreno y Manuel Belgrano —grandes admiradores de Washington— apreciaban mucho este documento [ver]. Pero ahora viene la gran pregunta: ¿Cómo enfrentan las democracias de Europa del Norte el 'problema Bonaparte? Lo hacen con la ayuda del monarchische Prinzip. Aunque los monarcas no ejercen el poder político, su presencia frena de antemano todo intento 'bonapartista'. Seguramente me expliqué mal con la Prof. Casullo. Sé perfectamente que los monarcas no ejercen el poder político.
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Pero no significa que sean irrelevantes. ¡Todo lo contrario! Los monarcas europeos del siglo XX y XXI constituyen una fuente de liderazgo residual de última instancia. Imaginemos un escenario de vacío de poder—lo tuvimos, en Argentina, en 1989 y en 2001. ¿Qué sucedería, digamos, en Holanda? El rey/reina pasaría de inmediato a ser visto como una figura-clave, moderadora de las pasiones, portadora de consenso. El pueblo confiaría en la monarquía para encontrar una solución, sin necesidad de caudillos. (Algo parecido sucedió en España en 1975 y 1981, y el magnífico liderazgo del rey Juan Carlos I fue esencial para asegurar la transición a la democracia).
En un régimen republicano con poca cultura constitucional (Verfassungskultur, dice el Prof. Thiele), un escenario de vacío de poder generaría, muy probablemente, otro tipo de situación. Sin una referencia residual de última instancia, el camino queda abierto a los demagogos. Es el escenario ideal para los Chávez, Ortega, Kirchner, Trump, etc. No quiero alargar esta entrada más de la cuenta. Hay muchísimo más material que iré presentando.
El principio monárquico tiene miles de años—por buenas razones. Los griegos lo consideraban κατὰ φύσιν, es decir natural. Las repúblicas son mucho más recientes, aún si contamos Suiza, Venecia y Holanda (entre los siglos XVII a XVIII). Para ser vistas como garantía de la democracia, la frágiles repúblicas de América del Sur deben ser más papistas que el Papa y mostrar un compromiso constitucional mucho más sólido que hasta ahora.
(*) Alexander Thiele. Der konstituierte Staat. Eine Verfassungsgeschichte der Neuzeit. Frankfurt: Campus Verlag, 2021.
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